
Tomado de siete mares
Por intelectual debe entenderse, en contraste polar con el "trabajador intelectual", un hombre que utiliza sistemáticamente su pensamiento para distinguir y denunciar la estructura del sistema y no sus apariencias; para atacar frontalmente y destruir todos los mitos y fetiches que el sistema elabora y difunde a fin de justificarse ante la conciencia de los hombres; para restituir la verdadera noción de conciencia, que implica a la noción de crítica, y elevar a la percepción lúdica de las gentes el significado de todo ese cúmulo de imágenes-fetiches y representaciones ídolos que el sistema ha instalado en su pre-conciencia; para ayudar a concebir la situación existente no como un fenómeno natural, sino histórico y, por tanto, superable; en fin, para ayudar a concebir el mismo trabajo intelectual no como la parte funcional de un sistema, sino como el elemento conflictivo que ataca al sistema en su entraña misma, denuncia su carácter de explotación y explícita su podredumbre. En este sentido, el intelectual no se diferencia de cualquier otro revolucionario, y no debe en verdad diferenciarse; sin embargo, es sensato atribuirle la elaboración teórica de todos estos aspectos y de su vinculación con la práctica subversiva.
Lo que me pasó esta mañana fue de coger palco: yo andaba por Terrazas del Club Hípico, donde fui a llevar a una señora que, según me pareció, venía de ponerle los cuernos al marido. Cuando venía de regreso, a la altura del Centro Comercial Humboldt, me detuvo un hombre bien vestido, queme pidió que lo llevara a La Campiña. Pero cuando íbamos por la autopista, el hombre sacó una pistola y me dijo que le entregara todo el dinero que cargara. Y yo no sé donde me salió tanta valentía y le dije, más o menos con estas mismas palabras: "Mire, amigo, a esta hora, el que trabaja lo hace por pura necesidad. ¿Usted cree que si yo no tuviera necesidad andaría manejando un taxi de madrugada, en una ciudad que sin animo de ofenderle, está tan llena de ladrones y criminales? Yo tengo seis hijos y dos mujeres y tengo que estar pegado a este volante desde las ocho de la noche hasta las seis de la mañana. Mire la hora que es -las cuatro y media- y no he hecho gran cosa. Vea usted mismo mis bolsillos, vea mi cartera. No me eche esa vaina y dejemos este asalto para otro día, ¿sí...? Si usted quiere, yo lo llevo hasta donde me dijo y no le cobro nada. Yo entiendo su pobreza, pero entienda usted también la mía". El hombre se quedó pensativo y, después de guardarse la pistola, me dijo que lo perdonara, que él también estaba trabajando para mantener a su mujer y a sus dos hijas, y que una de las niñas sufría parálisis cerebral. Entonces se metió la mano en uno de los bolsillos de los pantalones y se sacó la billetera. Primero me mostró que no tenía dinero y después me pidió que viera una foto de su hija: Ahí llegamos a un acuerdo: convinimos en que yo le daba la mitad de lo que había producido y lo dejaba en Chacaíto, donde ya estabamos llegando, y el me dejaba ir en paz. Y así lo hicimos: Pero, cuando el hombre se bajó, el carro se me apagó. ¿Y tú sabes lo que hizo? Se devolvió, me regresó mi dinero y me dijo: "Coño, compadre, tenga; usted no merece que yo lo asalte". Y se fue.
Cuando los niños juegan, hasta la muerte vive: una pelota danza, una madera le hace vuelo, un viejo periódico es un barco en el mar pasajero de una lluvia. Todo es juego, el sol a través de un vidrio de botella incendia hierbas, una niña de cinco años ya es la abuela de una muñeca hecha de forros de almohadas donde ya nadie duerme. La desgarradura de una tabla vieja es una espada y una camisa vieja es una capa. El "Zorro" es de verdad el zorro, y no hay, entre niños, religión ni sacerdote.
Los niños se juntan con los perros, con los gatos, con la arena para los castillos y con el mar para tantas aventuras.
Conocí a un niño que viajó sobre un dinosaurio azul por el fondo de la tierra, cabalgó sobre el caballo de Marco Polo, habló con un pozo muerto y conversó con una iguana.
Hay niños en el mundo, muchos, que sueñan con comida y amanecen con hambre. Debes saberlo tú que ahora comes y tienes otros sueños. Tú y Juancho juegan con la guerra de las galaxias, con monstruos japoneses y con armas de plástico, fabricadas en el Norte para los niños del Sur, vendidos por viejecitos amables en tiendas del niño Jesús y compradas por padres amorosos como nosotros. Nada malo.
Hay otras tierras donde hay niños que juegan con armas de verdad, fabricadas donde mismo fabrican los juguetes.
Una carta de sueños y de juegos andaría coja si no cuenta el cuento del niño sin la pierna y del que quedó zurdo porque perdió la derecha. El niño de Solentimane jugando con el sombrero del padre que dió un brinco y se durmió en el patio y la niña de Argentina que murió en el aire con un terrón en la boca. Nada bueno.
Sí, ya sé, ya va, ya iré contando cartas. La vida es un rollo donde todos tenemos un cuento y los niños juegan con la vida y con la muerte, dos caballitos que vienen de Francia: corren que corren y ninguno se alcanza.
De "Cartas a Sebastián para que no me olvide"
De Orlando Araujo
Pntura: Guitarrista ciego de Picasso
Medio Poeta
El día que Mónica y Octavio regresaron de la luna de miel, Mónica llegó a la casa de sus padres y se encerró en el cuarto con la mamá. Necesitaba contarle una cosa y no quería que el padre escuchase.
— Octavio es poeta, mamá.
La mamá se lleva las manos a la boca.
— ¡Ave, María purísima!
Luego preguntó:
— ¿Cómo te enteraste?
— En la primera noche. La luna estaba llena. Él hizo unas frases sobre la luz de la luna sobre mi cuerpo.
— ¿Pero estás segura de que era poesía? ¿Rimaba?
— No rimaba, pero era poesía. ¡Él mismo lo dijo, mamá! Yo le pregunté "¿Qué es eso?" y él respondió "Yo soy medio poeta".
— Bien que tu papá sospechó algo...
— ¿Crees que debemos contarle a papá?
— ¡Por supuesto! Y ahora.
El papá dijo "Lo sabía" y determinó que llamasen a Octavio que se explicara. Mónica dijo que Octavio había quedado en buscarla allí después del trabajo. Los tres esperaron la llegada de Octavio. La madre, temiendo algún exceso del padre, intentó amenizar la situación.
— Él dijo que es sólo "medio" poeta...
El padre no dijo nada. Cuando sonó el timbre, mandó que la hija fuese al cuarto. Octavio saludó a los suegros efusivamente — era la primera vez que los veía después de la fiesta de la boda — pero pronto notó su frialdad.
— ¿Qué pasó? — preguntó.
— No nos contaste que eras poeta, dijo el padre.
— Pero yo no...
— No lo niegues. Mónica nos lo contó. ¿Creíste que ella no nos contaría?
— Pero si fue sólo un...
— Lo sé. Un poemita. Es así como se empieza. Un versito hoy, un versito mañana. No tarda y ya estarás haciendo poemas épicos, odas a cualquier cosa, diariamente. Ya vi suceder. Terminarás abandonando el trabajo, robando la mensualidad de mi hija para mantener el hábito.
— Pero yo...
— Vas a decir que puedes dejarlo cuando quieras. Es lo que dicen todos.
— Hijo mío, intervino la mamá afligida, ¿no te das cuenta del mal que te puede hacer la poesía? ¿Hace cuánto que tú...
— No importa, le interrumpió el padre. Y lo que él hizo antes no nos interesa. Pero ahora está casado. Tiene responsabilidades, tiene que trabajar para mantener a la familia. Está en una ramo competitivo, no puede facilitar. Lo sé, lo sé. La poesía es tentadora. Yo mismo, de joven, hice mis sonetos...
— ¡Eurico!
— Nunca te lo conté, Marta, pero lo hice. Afortunadamente tuve un padre que me orientó y lo dejé a tiempo. A Mónica la criamos sin cualquier poesía. Cualquier insicuación de métrica la reprimíamos. Y siempre la alertamos contra los poetas.
— ¿No existirá — sugirió la mamá — un programa de rehabilitación? Alguien con quien te puedas aconsejar...
Una vez más el papá la interrumpió.
— La decisión tiene que ser tuya, Octavio. Y tiene que ser ahora. Tú comprendes que no podemos dejar que Mónica salga de esta casa, donde tuvo siempre toda la seguridad, para vivir con un poeta. Haz tu elección. Mónica, una familia, una vida normal... o la poesía.
Octavio juró que abandonaría la poesía para siempre. Le llamaron a Mónica, los dos se fueron al nuevo departamento, Mónica sospechando un poco todavía, Octavio oyendo la advertencia a la salida: "Ojo, ¿eh?"
Hoy, siempre que habla con Mónica por teléfono, la madre le pregunta:
— ¿Y Octavio?
— Está bien, mamá.
— Nunca más...
— No.
A veces, cuando la familia está toda reunida, Octavio dice unas cosas que provocan el intercambio de miradas entre los demás y la sospecha de una recaída. Luego Mónica asegura que aquello no es poesía, es sólo su forma de hablar. Pero el señor Eurico y doña Marta viven preocupados por la hija. En las noches de luna llena, entonces, doña Marta ni siquiera puede dormir bien.
tomado de Un día de tanto no verte te ví