"El crimen contra la vida -decía Archibald MacLeish-, el peor de todos los crímenes, es no sentir." No sentir el mundo, no sentir la vida en su múltiple misterio y en la simplicidad con que se manifiesta en todo tiempo sin cesar comporta, en verdad, una mutilación cruenta. Sin embargo, habrá no sólo que sentir sino que aprender a sentir, a deslindar el verdadero sentimiento de la simple excitación, que es su más común y espúreo sucedáneo. "En el hombre cabalmente emotivo -nos cuenta W.B. Yeats que le advertía su padre- el mínimo despertar del sentimiento constituye una armonía en la que vibra cada cuerda de cada sentimiento. La excitación es propia de una naturaleza insuficientemente emotiva, la ordinaria vibración de una o dos cuerdas solamente."
Aprender a sentir: esta sola tentativa, que no es nada pequeña, formaría mejor al jóven poeta que todo el aprendizaje exterior perseguido a través del conocimiento literario, las reglas, las modas, etc. Los manuales de preceptiva olvidan con frecuencia esta simple realidad sin la cual todo intento creativo queda en el aire. A través del sentir puede válidamente conquistarse el lenguaje que lo exprese; el sentimiento mismo, cuando es legítimo procrea su forma o la posibilidad de inventarla. Lo contrario, en cambio, es menos probable. ¿Cómo bajar de la red formal a la desnudez sentimental del mundo?
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