sábado, 26 de junio de 2010

No es fácil - Vicente Feliú

Escuela de Medicina Bolívar y Martí 1

No es fácil

caminar por entre escombros

y andar sin ensuciarse los pies.

No es fácil

recorrer largos caminos

y avanzar sin que te logres caer.


No es fácil

arañarle el miedo al mundo

para que al final del viaje

el mundo mismo te de la mano.

No es fácil

darle sentido a un poema

donde digas las tristezas

de los hombres de este suelo.


No es fácil, no.

En cualquier calle

te espera el peligro de ser joven.


No es fácil

cantar ante hombres

que te exigen en tus notas tesón.

No es fácil

sensibilizar el sueño

y plasmar en letras toda tu fe.


No es fácil

encontrar la referencia

del despegue hacia la vida

con el cerebro desnudo

y encontrar

en cada paso un freno impuesto

por los que imaginan

que afirmarlo todo es sincero.


No es fácil, no.

En cualquier calle

te espera el peligro de ser joven

y en cualquier hoja

se engendra un poema peligroso.


No es fácil, no.

Pero se lucha.


Vicente Feliú

tomado del blog de Silvio Rodríguez

jueves, 17 de junio de 2010

Respuesta - Toyin Adewale Gabriel

Foto: Rasmarley

Respuesta

¿Quién abrirá el depósito de los trofeos,
cuando los elefantes desaparezcan
como polvo entrando en una aspiradora?

¿Quién relatará el drama de los teatros
al aire libre?
¿Quién recorrerá los laberintos, buscando
hongos en jardines desaparecidos?

¿Quién podrá escalar las ramas de los árboles,
hacia el castillo al que nunca llegarás?
¿Quién caminará las sesenta millas directo a la soledad,
atravezando la ruta entre la esperanza y la desesperación
delgada como un hilo?

Recuerda las reliquias del hielo, la voz
del bosque, tan desnuda, gruñendo en invierno.
Recuerda la primavera de ardillas negras,
verdaderamente traviesas, grandiosas y triunfantes.
Recuerda el el verano fluyente, de abejas embriagadas,
una llamada telefónica inesperada desde California.
Recuerda el viento abundante y rojo y dorado,
la nostalgia del otoño.

Toyin Adewale Gabriel
Ibadan, Nigeria.

viernes, 11 de junio de 2010

Monumento a la Ternura - Carlos Augusto León


El monumento a la ternura no alcanza a un milímetro de alto, apenas tiene talla de un micrón. Pero lo contiene todo, como el beso, como la semilla, como la molécula del ácido desoxirribonucléico en donde están las huellas de padres y abuelos y los rasgos, el color de los ojos y todo cuanto ha de ser el hombre futuro.

Su cimiento es la sonrisa de un niño, punto de apoyo único, semejante al pie de una danzarina que sólo sobre él hace gravitar su cuerpo.

Formas de seno de mujer se entreven, en medio de una brillante sutil maraña que se eleva en la inusitada pero no deslumbrante claridad; en su red aparecen colores tenues, las primeras luces del alba, ciertos resplandores indecisos y últimos del ocaso, mas también algunas frutas, duraznos de suave bello, fresas maduras, las unas dulces a la vista, otras al paladar y también cantos de pájaros, finos gorjeos, trinos frágiles, sureo de torcaces. En la tierna maraña que se eleva hay palabras que se engarzan, las más suaves, aquellas que el hombre ha creado en milenios de amor sobre la tierra y que han venido decantándose, depurándose, hasta ser breves, magníficas, palabras en voz baja y soledad de hombre y mujer, en diálogo nutricio de madre y su niño reciente, de padre con el niño, de abuelo y abuela conmovidos, palabras sólo muy contadas, sólo las necesarias, como las que de pronto humedecen los ojos del hombre, del amigo, en medio a la faena, en medio al diario agitado vivir.

En el monumento, minimento, a la ternura están todos los animales y hombres que acaban de nacer, por cuya piel de becerro pasa una y otra vez la lengua de la vaca, por cuya cabeza de osezno pasa una y otra vez la lengua de la osa, por cuyas patas de perrito, de conejito, pasa y va y viene la lengua de la perra, de la coneja maternales; por cuya piel de niño retozan los besos de la madre.

Y al acercarse a este monumento -minimento- de la ternura, se escucha el correr de muchos arroyuelos, cuyos ruidos no se unen en tormenta sino siguen dispersos en campanilleo brillante que no llega a hacerse ingrato. Y el aire, en torno, tiene la suavidad de los capullos, de la piel de los muslos -de la cara interior de los muslos- en una muchacha adolescente, la suave piel de los recién nacidos, la que aún en el hombre sigue siendo suave en algunos recodos del cuerpo.

Y al acercarse al monumento de la ternura, todo ser, todo hombre comprende que no hay en el Cosmos nada comparable a ella, ni en los astros más remotos, galaxias desconocidas, ni aquí en la alcoba de cada uno y la ternura es sentida por todos como la suprema razón de ser, sin la cual la vida, toda la vida, sería apenas la mitad de sí misma, la diesmillonésima parte de sí misma.

Carlos Augusto León