Hombres y animales, machos y hembras, trazan su vida ganando territorios y poder, casi como una causa natural, según sus condiciones construyen el camino que recorrerán como vida hasta descubrir el último paso de su recorrido.
En este caso, se trata de “ella”. Su espacio, su dominio, son calles, callejones, caminos, casas, edificios y muchas escaleras. Valdría reconocer su gracia, agilidad y soltura, por lo conocida y popular que es entre todos quienes frecuentan cada lugar comprendido dentro de su resguardada extensión; ya que no posee atributos de grandiosa y espectacular belleza.
Pero, cuántas veces no es ella quien aparece en cualquier nocturno viernes mientras se desarrolla aquella espontánea conversación que raramente ocurre, aquella que se alimenta de recuerdos, o que saca confesiones entre amigos, luego de todos los sorbos provocados por el cierre de la semana de trabajo o sencillamente por no querer abrazar soledades solo. Cuántas veces, recostados de un carro, una pared o una cerca, la hemos visto llegar de la oscuridad saludando y brindando su alegre compañía, incluso a quienes no conoce, eso sí, por un rato nada más, porque siempre se va más rápido de lo que uno logra darse cuenta. Tal vez por el alcohol (nuestro).
Ella no permite alborotos ni incursiones de desconocidos dentro de su campo, si algo así pasa, inmediatamente sale a imponer lo que se ha sabido ganar por su forma de actuar con lo que le pertenece.
Ella tiene una falta, una falta que para cualquiera sería muy grave, pero al parecer, no tanto para ella. Ocurrió siendo pequeña, dicen que fue en una pelea. Pero desde ese momento asumió esa falta como parte de los tratos que da la vida, así que de las cuatro patas originales, se ha sabido incorporar a su propio andar desde ese momento sólo con las tres restantes, dos delanteras y la trasera derecha. Aquella trasera pata izquierda se extinguió en las fauces de aquel perro que no se atrevió a cazar esa pelea en estos momentos en que mejor puede defenderse. Ahora, por estos días, quizás esa falta también sea parte de su reconocimiento entre quienes la encuentran con más frecuencia.
Muchas conversaciones he inundado con lo que sé de ella, es parte de mis contados cuentos. La mocha, es ella la mocha. Con sus colores marrón y blanco repartidos en todo su pelaje sucio de tanta calle y lluvias.
La mocha, se adueñó de la calle, se hizo querer por niños, borrachitos y todo aquel que se entusiasmara con su presencia. Semejaba una especie de vigilancia, era la cuidadora del territorio con sus habitantes comunes, ahuyentaba a los perros desconocidos y era una gran acompañante de los nocturnos vaciadores de botellas, hasta la gota final que indica el tambaleante regreso a casa, y ella, se conformaba con una acera o debajo de cualquier carro para echar al descanso su asimétrico cuerpo.
Así era ella, la mocha, con más gracia que muchos que ostentan en la nada y no les falta una pierna.
Pero, cuántas veces no es ella quien aparece en cualquier nocturno viernes mientras se desarrolla aquella espontánea conversación que raramente ocurre, aquella que se alimenta de recuerdos, o que saca confesiones entre amigos, luego de todos los sorbos provocados por el cierre de la semana de trabajo o sencillamente por no querer abrazar soledades solo. Cuántas veces, recostados de un carro, una pared o una cerca, la hemos visto llegar de la oscuridad saludando y brindando su alegre compañía, incluso a quienes no conoce, eso sí, por un rato nada más, porque siempre se va más rápido de lo que uno logra darse cuenta. Tal vez por el alcohol (nuestro).
Ella no permite alborotos ni incursiones de desconocidos dentro de su campo, si algo así pasa, inmediatamente sale a imponer lo que se ha sabido ganar por su forma de actuar con lo que le pertenece.
Ella tiene una falta, una falta que para cualquiera sería muy grave, pero al parecer, no tanto para ella. Ocurrió siendo pequeña, dicen que fue en una pelea. Pero desde ese momento asumió esa falta como parte de los tratos que da la vida, así que de las cuatro patas originales, se ha sabido incorporar a su propio andar desde ese momento sólo con las tres restantes, dos delanteras y la trasera derecha. Aquella trasera pata izquierda se extinguió en las fauces de aquel perro que no se atrevió a cazar esa pelea en estos momentos en que mejor puede defenderse. Ahora, por estos días, quizás esa falta también sea parte de su reconocimiento entre quienes la encuentran con más frecuencia.
Muchas conversaciones he inundado con lo que sé de ella, es parte de mis contados cuentos. La mocha, es ella la mocha. Con sus colores marrón y blanco repartidos en todo su pelaje sucio de tanta calle y lluvias.
La mocha, se adueñó de la calle, se hizo querer por niños, borrachitos y todo aquel que se entusiasmara con su presencia. Semejaba una especie de vigilancia, era la cuidadora del territorio con sus habitantes comunes, ahuyentaba a los perros desconocidos y era una gran acompañante de los nocturnos vaciadores de botellas, hasta la gota final que indica el tambaleante regreso a casa, y ella, se conformaba con una acera o debajo de cualquier carro para echar al descanso su asimétrico cuerpo.
Así era ella, la mocha, con más gracia que muchos que ostentan en la nada y no les falta una pierna.
1 comentario:
que bueno leerte de nuevo, te abrazo. Milagros F.
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