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Muy niño tomó la decisión de clavarle una flecha a la luna.
Casi todas las noches salía de su casa, en secreto, armado con su arco y
 sus flechas y apuntaba hacia arriba con mucho cuidado, con paciencia, 
con tesón, seguro de que algún día lo lograría.
Nunca consiguió llegar a la luna, pero se convirtió en el mejor arquero de la Tierra.
Casanova López 
 
 
 
 
            
        
          
        
          
        

 
Aquel
 hombre creía que todo se vendía y que todo se compraba. un día su 
esposa le dio un hijo y el hombre esperó con impaciencia a que el tiempo
 le diera al niño la capacidad de pedirle muchas cosas y a él la 
satisfacción de enseñarle a negociar todos y cada uno de sus antojos.
 Llegado el momento, el hombre lo invitó a que le presentara la lista de
 solicitudes. el niño pidió el telón de los atardeceres, la clave de 
sol, un aerolito, las cosquillas que sintieron en la boca de los 
estómagos los astronautas que descendieron por primera vez en las 
praderas de la luna, el bosque de los abrazos, un curso de idiomas para 
saber qué dicen el baile de las colas de los perros, las lenguas de agua
 que murmuran en los troncos de los árboles y las palabras fosforecentes
 que cantan en los ojos de los gatos, la corriente eléctrica generada 
por los besos, un ratón de computador que le enseñe a evitar las 
ratoneras de las respuestas y que en cambio lo conduzca siempre al queso
 de las preguntas, y un poco del sonido del mar con la posibilidad de 
colocarlo en el interior de una concha de caracol. El hombre no supo qué
 hacer porque esas cosas no las vendían en ninguna parte.
 Su mujer, entonces, lo llevó de la mano al almacén de la infancia.
 
 Jairo Anìbal Niño