Después de la muerte de Bankéi, un ciego que vivía cerca del templo del maestro relató a un amigo:
- Como soy ciego, no veo la cara de las personas, así que debo juzgar su carácter por el sonido de su voz. Por lo común, cuando oigo a alguien felicitar a otro por su dicha o su éxito, oigo también una secreta nota de envidia. Cuando se expresan condolencias por la desgracia de otro, oigo el placer y la satisfacción,como si el condolente en realidad se alegrara de que en su propio mundo le quedara aún algo que ganar. Pero, en toda mi experiencia, la voz de Bankéi era siempre sincera. Cuando expresaba felicidad, yo no oía sino felicidad; y cuando expresaba tristeza, tristeza era todo lo que oía.
Tomado de Carne Zen Huesos Zen - 101 Historias Zen
1 comentario:
Un texto absolutamente real. YO me hago cargo.
Un saludo argentino.
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