viernes, 19 de marzo de 2010

Puerta de Caracas - Aníbal Nazoa


En estos días fui llamado por Publicaciones Miraflores para la posibilidad de reeditar mi libro sobre Los Consejos Comunales, adaptado a la nueva ley. Salí bastante regalado de libros, que ellos editan con el sello de libro gratuito. Entre varias maravillas traje conmigo el Libro "Puerta de Caracas" del escritor siempre recordado Aníbal Nazoa. Se trata de una recopilación de su otrora columna que aparecía en el diario El Nacional, siempre llena de mordaces comentarios sobre la ciudad, sus habitantes y sus políticos, con el genial humor que siempre lo caracterizó.
Coloco dos artículos, que luego de leerlos, pareciera que no ha pasado el tiempo. Datan de 1973 y 1974.

BELLO PASEO

Domingo, siete de la mañana. La familia se entrega con entusiasmo a los preparativos para un día de playa. Casi todo está listo ya: los trajes de baño, los chinchorros, la "cavita" llena de latas de cervezas y refrescos, la olla con los teteros de Napoleoncito... Comienzan a aparecer entonces los acostumbrados detalles:
-Mamaíta, ¿metiste mi crema para el sol?
-Yo no; ¡mijita! A ver si te ocupas de tus propias cosas...
-¡El radio, que se nos queda! ¡Anda tú a buscarlo, Rubén!
-¿Yo? ¿y por qué yo, tú eres mocha?
-Un momentico, que se me olvidó la novela.
-Ernestina, ¿y tú piensas llevar ese traje de baño? ¡Pues no señor, usté está equivocada, ese bicho es muy vulgar! Usté me guarda ese bicho ahí y se trae el azul.
-Pero es que el azul...
-¡Nada, o se trae el azul o no viene!
-Pues entonces no iré...
-¿Ah, no? ¡Napoleón, dale ahí un pescozón a esa hija tuya, que está muy alzada!
-Pero chica, déjala, si ella quiere llevar ese traje...
-Sí, "pero chica, déjala"... Por eso es que estos muchachos están así, ¿no vé que el padre los alcahuetea, a cuenta de moderno? Pues si Ernestina lleva ese traje, la que no va soy yo.
-Bueno, está bien, Ernestina, suba y tráigase el azul.
-¿Le dejaron agua al perro?
-Yo no.
-Yo tampoco.
-Ni yo.
-Se va a morir el pobre animal. Vaya Augusto, póngale agua a Sultán.
-¿Y la puerta de atrás, la cerraron?
-Será mejor ir a ver... ¿quién tiene la llave?
-Yo. Déjame ir, yo la cierro.
-De paso, fíjate si la plancha está desenchufada, que yo no estoy segura.
-Pero, Eugenio, so seas bruto, ¿cómo te vas a llevar esa tripa inflada? Te la llevas vacía y allá la inflas, animal...
-¡Mis anteojos negros! ¡Corre, Marta, están sobre la peinadora!
-Un momento, que se nos olvida el botiquín.
-¡El botiquín! Jesús, chica, tú si eres pavosa, deja eso, que aquí ya no cabemos ni nosotros!
-Pues seré pavosa, pero ¿y si alguno se corta?
Son ya las ocho y media cuando la puerta del auto se cierra por última vez y la familia arranca hacia El Litoral, vía Autopista del Este. Todo va muy bien hasta llegar a La Araña. Seis, ocho, doce colas de vehículos pugnan por entrar al Túnel de la Planicie. No hay nada que hacer, porque nadie quiere ceder un palmo, y así los carros se van amontonando hasta formar un verdadero mondongo mecánico frente a la boca del socavón. A las diez y cuarto, todavía "ni sueñan" con entrar, les falta no menos de cuatro cuadras. Faltando diez para las doce un guardia nacional, cuyo papel no parece otro que el de ayudar a "enredar la cochina", con un pitazo brutal ordena a Napoleón a cambiar de cola para meterse justamente en la que tiene dos choques y dos autos recalentados. A la una y veinticinco ya están a pocos metros del túnel, pero la cola no se mueve ni un milímetro. A las tres en punto se produce un esperanzador avance de diez metros, pero en ese momento los guardias mandan a parar a todo el mundo para dar paso a un camión militar que tampoco podrá pasar por mucha "popa" que eche y mucha corneta que toque.
A las cuatro y diez... ¿que será lo que pasa en La Araña, señor Director del Tránsito?
Bueno, de todos modos el crepúsculo en el mar es bien bonito...
13-03-1973

PESADILLA

En su pesadilla, el hombre corría desesperado de un lado a otro y sólo veía centros comerciales.
-Me debo estar volviendo loco -pensó- Y se dispuso a rogar que lo recluyeran en el Hospital Psiquiátrico.Corrió y corrió por entre centros comerciales o terrenos inmensos con grandes letreros que anunciaban "aquí, pronto Gran Centro Comercial". Cuando llegó jadeando y bañado en sudor helado, al Hospital Psiquiátrico, se encontró con que éste ya no existía: en su lugar se levantaba un gigantesco Centro Comercial de ocho pisos. Sollozando se dirigió a un guardia armado que se limpiaba las uñas recostado junto a la puerta principal:
-¿El Hospital Psiquiátrico? No sé. Pero por aquel lado hay un hospital; puede que ahí le informen.
-¿Por dónde? ¡Indíqueme, por Dios santo!
- Bueno, ¿usted ve aquel Centro Comercial que se ve allá lejos? Bueno, seis o siete Centros Comerciales más allá hay una esquina donde usted verá tres Centros Comerciales juntos a la izquierda, camina otros cinco Centros Comerciales y ahí es.
Pero ahí no era. Ni ahí ni en ninguna parte. Todo había sido sustituido por Centros Comerciales: hospitales, teatros, iglesias, todo, absolutamente todo, había desaparecido para hacer lugar a los Centros Comerciales. Entró en uno de ellos y tomó el teléfono para pedir auxilio a quien fuere, pero era inútil: marcó decenas de números y sólo le atendían Centros Comerciales. Tomó un autobús para dirigirse a casa , y de pronto se produjo un terremoto y el autobús perdió las ruedas y comenzó a crecer y a crecer hasta que se transformó en un Centro Comercial. Comprendió con horror que estaba perdido en medio de un laberinto de Centros Comerciales. Ya no había calles, ni avenidas, ni calles, ni plazas: nada más Centros Comerciales por los cuatro puntos cardinales, acaso todo era un solo y monstruoso Centro Comercial. Donde no había un Centro Comercial, un terreno vacío o unas ruinas con el consabido cartel: "Pronto aquí, Gran Centro Comercial".
De pronto recordó que los bomberos solían ayudar a las personas en las más diversas circunstancias, pero se tiró al suelo a llorar desconsolado al adivinar también el Cuartel de Bomberos estaría convertido en un Centro Comercial. Echó a andar sin rumbo, como si caminase en el aire, tropezando y cayéndose a cada paso. Buscaba el cementerio porque estaba seguro de que le era llegada su hora, aunque sin muchas esperanzas de que también el camposanto no hubiera sido transformado en Centro Comercial. Mas, he aquí que cuando menos lo esperaba, creyó reconocer su barrio y adivinar a lo lejos su propia casa. Dando gracias al cielo apresuró el paso para ver caer el último ladrillo de aquella, mientras del suelo brotaban Centros Comerciales por todos lados. Cayó devorado por la fiebre mientras decenas de Centros Comerciales con fauces de fieras avanzaban sobre él aplastando todo a su paso.
En ese momento el exbuhonero Roseliano Berroterán despertó e inmediatamente murió del susto al darse cuenta de que aquello no era una pesadilla sino la pura y sencillísima realidad de la Caracas de hoy. Paz a sus restos, que ahora descansan en el Centro Comercial del Sur.
07-05-1974


1 comentario:

Flor de Ceibo dijo...

El consumismo nos tiene atrapados a toda la clase media y alta, pero...¿ y si echamos una mirada a los indios de nuestro Chaco ( El impenetrable)?
un saludo argentino.