viernes, 7 de septiembre de 2007

Quiero un país... Hubert Lanssiers

Ilustración: Oswaldo Guayasamín


En mis sueños veo bajar esta sombrías cohortes de fantasmas que construyeron el país que nosotros dejamos caer de la mano de Dios. Baja muda, terrible, esta guardia de hierro que tendió los rieles del ferrocarril más alto del planeta, que entornilló carreteras en la roca de la puna o en el lodo de la selva, los caballeros con casco que edificaron las represas de Bonner y sacaron a la superficie de la tierra el cobre y la plata; veo bajar a los héroes sin rostro que nunca fueron honrados por el toque de "silencio" de una corneta solitaria.

Me acuerdo de los desolados versos de René Char: "como un anciano cansado, los ojos clavados en la acera, que sorbe su cerveza tibia en medio de la muchedumbre". Optimista, René Char, los nuestros ni siquiera se pueden otorgar este pobre lujo.
El país que yo quiero es un país donde los ancianos puedan tomar una cerveza en compañía de sus amigos, donde ser viejo no sea delito punible por un vago desprecio, donde la frase de González Prada: "los jóvenes a la obra, los viejos a la tumba" no sea celebrada periódicamente por una tanda de imbéciles.
Quiero un país donde un jubilado no dependa del buen humor de su yerno para conseguir un cigarrillo, donde las instituciones públicas o privadas le manifiesten respeto y donde no sea necesario recurrir al diccionario para aprender el significado de la palabra "dignidad".
Quiero que la ancianidad no empiece a los cinco años en la mirada apagada de los chicos; se necesitó una preparación milenaria para que florezca, en un mundo oscuro, la sonrisa frágil de un niño. Quiero que sean capaces de asombrarse y de revolcarse en las maravillas del universo, en las flores y las estrellas, quiero que sean poetas. Quiero que no se asesine en ellos al pequeño Einstein que cuenta con sus dedos o a Mozart que mueve al compás de una música misteriosa. Quiero que no sean educados por pelmazos que los conviertan en pillos, no quiero que los brujos de la publicidad los transformen en gremlins voraces que se atiborran de trivialidades, quiero también que puedan soñar con otra cosa que un plato de quaker, quiero también que sepan dónde queda Somalia y que esta palabra los haga llorar.
Quiero un país donde la justicia sea personalizada y se transmute en equidad, donde el verdugo no sea considerado como el único garante de la civilización, donde la esperanza nos venga, de vez en cuando, con algo de mermelada. Quiero, en resumidas cuentas, un país normal.
Deseo también que mi país sea el hijo hermoso de mi esfuerzo, de mi inteligencia y de mi amor. Creo que Dios es peruano y que me habla; creo que, en ciertas ocasiones, abre su tienda en algún barrio y cuando me acerco, bien fresco, a pedir la paz y la armonía El me contesta, sonriente: "te equivocaste hijo, aquí no vendemos frutas, sólo distribuimos semilla".

1 comentario:

francisca de la torre dijo...

para mi gusto, es el mejor período de Guayasamin; me refiero a la Edad de la Ternura