Me dejaría tatuar en el brazo
como un marino cualquiera
el nombre de la amada
y hasta un corazón
atravezado por una flecha
si ella me lo pidiese.
No he tenido inconveniente
en repetir su nombre
muchas veces, en tonos diferentes
y aprender de memoria
todos los matices de su piel,
su risa y su manera de hablar.
Pero desde niño
me han querido tatuar en la mente
nombres innumerables
de zapatos, de trajes, de autos,
de pastillas para dormir
y cremas dentríficas,
de bancos, de funerarias,
de cigarrilos y refrescos
y de las ideas que dicen tener
los fabricanters de neumáticos,
de cosméticos y de guerras.
Me canso de oírlos.
Me rebelo.
Pero están en las paredes, en el aire,
en el día y la noche de un mundo
infestado de grandes y pequeños buhoneros
más que de zancudos y mosquitos.
¡Qué hermoso sería conocer
todos los nombres de los árboles
uno a uno
que nadie me ha enseñado,
de cada animal que corre, nada, vuela,
en vez de innumerables artefactos
que a diario me ofrecen en venta,
en verdad intentando comprarme!
Sólo me consuela pensar
que no me han ganado,
que más allá de todos ellos
es mío y de los míos todavía el pensamiento
y mi corazón pertenece
sólo a quien quiero,
a los pájaros, a las chicharras,
que cantan en este mes de mayo,
a nuestros perros, al venado,
a los peces que llenan el mar,
a las graciosas espigas
y sobre todo a mis amigos,
a mi amada, a los hijos y alos nietos,
es decir, sobre todo al Hombre
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