Muy niño tomó la decisión de clavarle una flecha a la luna.
Casi todas las noches salía de su casa, en secreto, armado con su arco y
sus flechas y apuntaba hacia arriba con mucho cuidado, con paciencia,
con tesón, seguro de que algún día lo lograría.
Nunca consiguió llegar a la luna, pero se convirtió en el mejor arquero de la Tierra.
Aquel
hombre creía que todo se vendía y que todo se compraba. un día su
esposa le dio un hijo y el hombre esperó con impaciencia a que el tiempo
le diera al niño la capacidad de pedirle muchas cosas y a él la
satisfacción de enseñarle a negociar todos y cada uno de sus antojos.
Llegado el momento, el hombre lo invitó a que le presentara la lista de
solicitudes. el niño pidió el telón de los atardeceres, la clave de
sol, un aerolito, las cosquillas que sintieron en la boca de los
estómagos los astronautas que descendieron por primera vez en las
praderas de la luna, el bosque de los abrazos, un curso de idiomas para
saber qué dicen el baile de las colas de los perros, las lenguas de agua
que murmuran en los troncos de los árboles y las palabras fosforecentes
que cantan en los ojos de los gatos, la corriente eléctrica generada
por los besos, un ratón de computador que le enseñe a evitar las
ratoneras de las respuestas y que en cambio lo conduzca siempre al queso
de las preguntas, y un poco del sonido del mar con la posibilidad de
colocarlo en el interior de una concha de caracol. El hombre no supo qué
hacer porque esas cosas no las vendían en ninguna parte. Su mujer, entonces, lo llevó de la mano al almacén de la infancia.
Donde yo encuentro poesía mayor es en loslibros de ciencia, en la vida del mundo, en el orden del mundo, en el fondo del mar, en la verdad y música del árbol, y su fuerza y amores, en lo alto del cielo, con sus familias de estrellas, y en la unidad del Universo que encierra tantas cosas diferentes, y es todo uno, y reposa en la luz de la noche del trabajo productivo del día. Es hermoso asomarse a un colgadizo, y ver vivir al mundo: verlo nacer, crecer, cambiar, mejorar, y aprender en esa majestad continua el gusto de la verdad, y el desdén de la riqueza y la soberbia, a que se sacrifica todo, la gente inferior e inútil.